
UNIVERSAL WAITE TAROT: Caballero de espadas
La puerta se abre de golpe y la silueta del hombre se divisa bajo el umbral, a contraluz del brillo eléctrico del foco del pasillo. El cinturón de cuero cuelga de su mano. Escondido bajo la cama, Mick aprieta la mano de Mandy hasta que le duelen los dedos, y la respiración aterrada de su hermanita retumba en sus oídos. Tratando de calmar su propia respiración y mantener su mente clara, Mick nota que su padre lleva la hebilla del cinturón en la mano. Es una buena señal, la ofensa no fue tan grave. Hoy no golpeará con la hebilla, pero la tunda es inminente.
Fue un comentario descuidado que Mick le hizo a Mandy, y que la madrastra escuchó. Ahora el padre lo sabe y el castigo no será para Mick sino para su hermana menor, quien conoce muy bien cómo funcionan los castigos en esta casa. Si Mick ofende castigarán a Mandy y si Mandy erra, los castigarán a los dos. En esta familia siempre castigan a Mandy, por existir.
El padre entra en la recámara oscura y su pisada retiembla. El cinturón rasga el piso de madera. La adrenalina se desliza por la espina dorsal de Mick, dándole cuerda como a sus carritos de juguete. Agazapado, Mick está listo para batirse porque Mandy lo es todo para él. En los ojos de su hermanita ve a Mamá, cuyo retrato ocupa el lugar de honor sobre su buró. Aquella mujer que Mandy conoció un instante, y solamente para despedirse de ella al llegar al mundo.
El padre se detiene junto a la cama y los aterrados niños miran cómo el cinturón de cuero cuelga al ras del piso. Un relámpago estalla y un trueno retiembla dentro de la recámara. Un repentino vendaval revolotea furioso, mientras que un resplandor rojo se adentra a la recámara y la rama del roble raspa y rasca la ventana. El viento rojo ulula y rabia y golpea y desgarra contra la ventana torciendo el vidrio que parece a punto de estallar.
Asombrado, el padre duda, pero aun así enrolla el cinturón en su puño. Por debajo de la cama, los niños ven como el cinturón desaparece de su vista.
Mandy sostiene la respiración, llegó el momento. Mick se prepara para lanzarse, llegó el momento.
Pero la rama del roble rompe la ventana y el viento ruge dentro de la recámara volteando la fotografía del buró. Asustado, el padre mira la fotografía con una mezcla de rencor y amor, devoción y rabia. Los ojos del padre se llenan de odio por la hija que arrancó de su vida a la esposa tan amada. Por salir al mundo, esa niña desgarró por dentro a su propia madre y además tiene el descaro de robarle su hermoso rostro y su dulce mirada. Esa niña es la viva imagen de la querida esposa, cuyas facciones la niña ha destrozado, denigrado e insultado con ese lunar guinda que le rasga el rostro.
Furioso, el padre se agacha para arrancarla de su escondite y castigar a esa niña tan odiosa y tan odiada. Aterrada, Mandy ve los dedos vengativos tanteando debajo de la cama, cazándola.
—Muérdelo—. Una voz suave susurra al sentir el roce furioso de aquellos dedos.
Mandy obedece y sus pequeños dientes se clavan en la palma robusta de su padre. El padre gruñe, quitando la mano, y el brillo escarlata se intensifica en la habitación. Mick se lanza contra su padre, pero cae sobre el piso de madera. El padre levita contra la pared, una figura que brilla con destellos de blanco y escarlata, lo sostiene del cuello.
Asombrado, Mick divisa el espectro de Mamá estrangulado su padre. Su figura resplandeciente lo tiene prendido contra la pared y Mick nota el rostro aterrado de su padre a través del velo rojo del fantasma.
—Nunca más— La voz de Mamá retumba en la habitación—. ¡Nunca más tocarás a mis hijos!
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