
La banca
El viejo descansa sobre la banca del antiguo parque. Diminutos diamantes gotean de los árboles y resplandecen sobre el césped. Rayos de sol atraviesan las nubes de plomo, flechando el aire cargado de lluvia. Los pájaros comienzan a trinar en los árboles y el parque vuelve a la vida después de la tormenta.
Una chica se sienta al lado del viejo y él le sonríe, agradecido por la compañía. Absorta en su teléfono celular, ella no mira al viejo. Sus dedos se mueven furiosamente sobre la pantalla luminosa, y el viejo nota las lágrimas que brotan de sus ojos y chorrean por sus mejillas. La chica no presta atención a las gotitas de lluvia que comienzan a chispear, ni a los trinos de los pájaros que cesan, ni al gruñir del trueno que rueda hacia parque. El viejo quiere decirle que todo estará bien, pero un claxon ahoga sus palabras.
Asustada por el claxonazo, la chica levanta la mirada de su teléfono celular en el cual parpadea el último mensaje de texto: adiós. Una lanza de sol alumbra la banca, y a su lado centellea un hombre viejo, con saco largo y ornamentado, pantalones cortos, calcetas blancas y un sombrero tricornio sobre su cabeza. Su rostro es amable y abierto. El viejo mueve los labios y el viento le susurra en el oído: hola.
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