
En el mirador
Resoplando, Erik llegó al mirador. Descansó sentado sobre una roca. A sus pies, el lago centellaba como diamantes juguetones sobre un espejo cristalino. Inhaló el aire fresco de la montaña y miró a su alrededor. Montañas púrpuras tocaban el cielo azul y el bosque que rodeaba al lago brillaba de frescura. Las piedras de la montaña emanaban el calor de la tarde. Los ojos de Erik, feliz de volver a disfrutar de este paisaje tan hermoso, se llenaron del brillo danzante del lago. Estas montañas eran su niñez y, aunque joven, había pasado demasiado tiempo en la ciudad, perdiendo la condición física y la práctica de las caminatas largas.
Un murmullo de trueno le indicó una tormenta en la cercanía. Erik divisó las nubes negras que, rápidamente, atravesaban el horizonte. El viento cálido y juguetón que le había acariciado las mejillas, ahora rugía gélido y mordaz.
Con una última mirada hacia el lago reluciente, Erik comenzó a descender la montaña. Quería llegar a casa antes de la tormenta, porque las mejores tormentas se disfrutaban a través de la ventana próxima a la cálida chimenea de su hogar.
Apresurándose y jadeando por su falta de condición física, Erik bajó la montaña cautelosamente, sabiendo que un mal paso sería su perdición. Las tierras familiares eran vastas, y podrían pasar días hasta que alguien le encontrase.
Al llegar al lago que ahora estaba turbio y agitado, Erik hizo una pausa. Sus piernas le dolían y sentía que los pulmones le iban a estallar. Apoyó sus manos sobre las rodillas, esperando a que su respiración volviera a la normalidad, mirando las nubes negras que ahora se posaban sobre el lago. Erik se frotó la espalda y agitó sus piernas cansadas. Al hacerlo, dio un puntapié y alcanzó a divisar un brillo volador que cayó entre la maleza del bosque.
Curioso, buscó entre la maraña de ramas y hojas y encontró una copa de metal percudido. Era pequeña y ornamentada con un repujado sencillo. Un viento triste, cargado de tragedia, ululó en sus oídos y empañó su corazón de augurio. Ese viento se adentró en el bosque y en un rayo de luz distante y pálido, Erik vio la figura tenue de una mujer. Erik guardó la copa en el bolsillo de su chamarra y siguió la estela del viento que crujía entre las ramas hasta llegar a una ermita. Era una pequeña capilla de piedra, cubierta de musgo y enredaderas, perdida y devorada por el denso bosque. Erik miró a su alrededor, pero no vio señal de la mujer. Un relámpago alumbró el pedazo de cielo que se asomaba a través de los árboles, el bosque se oscureció, y el trueno retumbó a su alrededor.
Seguro de volver a encontrar ese lugar, Erik se apresuró a casa, mientras los sollozos de una mujer resonaban en el viento tormentoso.
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