
José, 1909
‘José, 1909’
Palabras escritas al reverso de la fotografía amarillenta y cuarteada. María mira la imagen del joven tímido e introvertido, quien—según su abuela—era un verdadero ratón de biblioteca. «Sus libros eran su mundo», decía. Solía leer en cada instante, incluso caminando por la calle.
—Desapareció—suspiraba con los ojos llenos de niebla triste y nostálgica—. Se ahogó por andar leyendo. Lo vieron caminando por la orilla; seguro dio un mal paso y se lo llevó el río.
María enmarca la foto y la coloca sobre la consola, al lado de la televisión y entre las fotografías de sus antepasados. Con un suspiro que se convierte en bostezo, María apaga la luz y se prepara para dormir.
Algo la despierta y María ve que el reloj marca las cuatro de la madrugada. Negro espeso e impenetrable a su alrededor, pero una luz brillante se cuela por la puerta. Se pregunta si dejó la lámpara de la sala prendida. Cautelosamente, y con el miedo trepándole por los pies, María se pone las pantuflas. La televisión está encendida y transmite una película en blanco y negro.
Silencio en la sala; película muda.
Temerosamente, María se acerca y busca el control remoto. Apaga la tele y vuelve a la cama, guiándose por la tenue luz de luna que suplica entrar por la ventana. El foco de su cuarto se funde; negro en su recámara, tantea.
Al momento escucha el clic distintivo del botón de encendido de la televisión y la sala se ilumina. Asustada y con el corazón en la boca, María se arma de valor y vuelve a la sala. La misma película corre, y esta vez le presta atención.
Una batalla de la Revolución Mexicana. Las imágenes son brutales y sangrientas y María se extraña de que exista una película tan realista de aquella época. Hombre tras hombre cae entre balas y machetazos. Caballos bocarriba, hombres aplastados, sombreros sin dueño. María no puede desviar la vista; pasmada y boquiabierta, el miedo culebrea por sus huesos. Hay silencio total, pero María siente las balas zumbando a su alrededor y la sangre le salpica la pijama.
Un hombre fuerte, brusco e imponente aparece disparando su rifle. A sus adversarios se les revienta la cabeza y sus vidas estallan por los aires teñidos de sangre y violencia. Este hombre es un verdadero as de la guerra y a María se le pone la piel chinita. El hombre voltea hacia ella, apuntándole su rifle, y María grita. El hombre se detiene y titubea, como si hubiera escuchado. Baja el rifle y sus ojos negros relampaguean fiereza. María se ve en ese hombre, y reconoce la mirada inconfundible de su tío José: el tímido, el reservado y taciturno. Aquel desaparecido que seguramente dio un mal paso y cayó al río mientras leía un libro.
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